Es sabido que los hombres y las fuerzas políticas evolucionan. En cierto momento madura y empieza a hacer cosas que antes no hacía y a comprender que lo que se hizo hasta allí sirvió, tal vez, para llegar a algún lado, pero que para ser coherentes con las convicciones hay que dejar de hacer ciertas cosas. Casi nunca (naturaleza humana) el/la hombre/mujer hace un "mea culpa" público sobre lo que pensó/dijo/obró en una etapa anterior.
Ejemplo: alguien en política puede ascender acusando a una parcialidad rival de clientelista y aparatismo, de ser la encarnación del mal sobre el territorio a conquistar o reciéntemente conquistado. Podrá constituirse en poder, podrá convencer de sus buenas intenciones a los moradores de la comarca y a los sectores medios urbanos del pais, y podrá avanzar en la destrucción de las estructuras que sostenían a sus predecesores y que se asegura reproducen los males imputados. Pasada una decada, en el poder, cuando ya nadie recuerda a los viejos rivales, estará obligado a cambiar, por que seguir con esas denuncias es apuntar a su propia linea de flotación.
...Cuenta la leyenda que en una reunión con vecinos del área periférica (Cuartel Noveno, quizás San José), en un anochecer cálido de 1999, el flamante candidato del Frepaso por la Alianza a la intendencia explicaba sus intenciones gubernamentales vociferando de modo poco inteligible la promoción de una nueva forma de hacer política, el deseo luminoso de combinar participación ciudadana con una mejor calidad institucional, la necesidad de acompañar a Chacho para el cambio a nivel nacional y erradicar las prácticas clientelistas y perimidas del pejotismo.
Cuando los vecinos comprendieron que el candidato había venido a monologar más que a escuchar, ingresaron en un manso estado de exasperación que se potenció en la medida en que el rellenito futuro intendente evitaba referirse a cuestiones concretas vinculadas a las necesidades del barrio, por ejemplo el asfalto que taparía esas calles de tierra.
...Un viejito taciturno que se mantuvo expectante durante todo el monólogo, lo interrumpe y le pregunta: “Pero, usté ¿Qué va a hacer cuando sea intendente, don?”. Y el candidato contesta: “Nosotros vamos a hacer un gobierno socialdemócrata, como en Suecia y los otros países escandinavos” El silencio y el desconcierto fue el telón que cerró lentamente esa pintoresca mise en scene proselitista. Pocos intuían que allí se iniciaba la larga marcha frepasista hacia la intendencia lomense, la primera gestión no peronista del distrito desde 1983.
(Digresión: que boutade notable la de los gobernantes progresistas que comparan sus gestiones con las del primer mundo: Sabbatella dice que Morón todavía no es Copenhague, y Aníbal Ibarra soñaba con la alcaldía de Barcelona y con Baltimore)....
Politburó. La administración de un área gubernamental tiene menos que ver con la declaración de un rumbo ideológico que con establecer los mecanismos más efectivos para garantizar la continuidad y el mejoramiento de la prestación. En el caso de un municipio, garantizar el funcionamiento administrativo puede parecer simple, pero requiere masa crítica de fuerte eficacia operativa. Adivinen entonces, de lo que careció con estrépito la gestión del intendente Edgardo Di Dio, El Socialdemócrata.
El jacobinismo frentegrandista se desplegó en toda su dimensión a través de una estrategia (siendo decoroso) equivocada: considerar que “la toma de poder” se debía dar en cada dependencia del Palacio Municipal y que el enemigo a vencer era el empleado municipal como pretendido foco de la pandemia peronista.
Se trataría, para los cráneos de la Nueva Conducción Ejecutiva Distrital, de acceder al dominio de la Dirección de Personal y hacer desde allí, la Revolución de los Legajos. Todos los esfuerzos del funcionariado frepasista se centrarían en montar una surrealista securitate en cada oficina: con la toma física del edificio blanco, Di Dio y su desflecada guardia pretoriana creían ganar la batalla contra el frankenstein pejotista. En realidad, esta cosmovisión desenfocada evitaba abordar el drama tras bastidores: la ausencia palmaria de un desarrollo territorial que permitiera “hacer bajar” una batería de iniciativas de gestión a visualizarse popularmente. Drama que se profundizó a medida que la estrategia de copamiento administrativo provocó la parálisis total de la capacidad de gobierno del Frepaso. El intendente gastaba sus días acovachado en el segundo piso del Palacio: los más avezados le recomendaban que bajara al territorio, hacerse conocer al vecino, “vean, soy la nueva forma de hacer política, vamos a liberar a Lomas del yugo peronista que la sumió en la corrupción, otro municipio es posible, queremos rankear bien en el listado de Transparencia Internacional, vamos por la autonomía municipal y el presupuesto participativo, por el defensor del pueblo, por un Lomas como Malmö o Gotemburgo, conózcanme, soy El Socialdemócrata” Pero no, Di Dio seguía mirando TN en el treinta pulgadas de su despacho, pidiendo instrucciones a Mary Sánchez y al resto de los Papales de la Mesa Provincial del FG.
Si una política gubernamental se centra en discutir la mejor ingeniería posible para efectivizar el despido fulminante de 2000 trabajadores municipales que “estarían de más”, en vez de pensar en articular políticas de fuerte impacto territorial (o sea, seguir gestionando, obra pública, asistencia sanitaria), la parálisis de gestión está a la vuelta de la esquina.
Razonablemente, las intenciones de “limpieza” del cleaner Di Dio motivaron la reacción del sindicato municipal y el malestar del personal: paro, quite de colaboraciones y trabajo a reglamento, por un lado, y amurar con policías las entradas a la Municipalidad por otro, se convirtió en la diaria. El comienzo aventuraba el final, como en esas pedorras películas hollywoodenses protagonizadas por Jennifer Aniston.
Di Dio bajó sus pretensiones, y avanzó en despidos-hormiga, creyendo que de ese modo reducía la conflictividad: el efecto lógico fue la acentuación del obstruccionismo sindical y territorial del justicialismo. El Concejo Deliberante sesionaba al borde de la batalla campal, las piñas en la barra y las puteadas, escupitajos y apretadas cruzadas a concejales contribuyeron a engrosar un anecdotario memorable, con ediles que tuvieron que rajar ocultos en baúles de automóviles para evitar ser linchados por la masa enardecida, y escenas lamentables se registraron cuando el Concejo siguió sesionando con la mayoría ajustada de la Alianza, aún cuando ya se sabía que acababa de fallecer Juan Bruno Tavano: con el doble voto del presidente del cuerpo (radical), el Frepaso aprobaba proyectos “populares y progresistas” como la instalación de antena$ de empresas de telefonía celular.
...Ionesco es un poroto. Cuando Di Dio asumió enfocó sus quejas preliminares en la “excedida planta de personal” que dejaba el tavanismo, dando a entender que no se contaba con los fondos para sostener a esos 5000 empleados; de ahí la imperiosa necesidad de racionalizar gastos y echar trabajadores. Grande fue el estupor cuando dicho esto, El Socialdemócrata procedió a dictar un nuevo organigrama municipal: con la insólita creación de los rangos de Prosecretario y Coordinador se producía una inflación de la planta política, ese problemático fifty-fifty entre frepas y radichas que desvelaba los días y las noches del aliancismo lomense hasta dejar a un prolijo costado todo lo relacionado con GOBERNAR.
El cargo-fantasma de Prosecretario fue creado como ficticio nexo entre las secretarías y las direcciones, y el de Coordinador era un penoso comodín puesto debajo del Director sin labor especifica en muchos casos, aunque en realidad se trataba de mediocres informantes, boluditos que se dedicaban a “marcar” empleados municipales y derivar sus informes a la Dirección de Personal (controlada por el didiísmo puro) y que por esos servicios recibían una jugosa paga. Como la invención de estos cargos obedecía al faccionismo frenético, es decir a los requerimientos de los dirigentes frepasistas y radicales del distrito y la tercera (que no habían cobrado en sus respectivos pueblos y querían seguir metiendo gente en base a pactos preexistentes), y no a reales necesidades operativas, uno podía toparse por los pasillos municipales con estos prosecretarios y coordinadores que se desgastaban en un eterno deambular pirandelliano, en busca de funciones concretas que cumplir, tratando de encontrar a quiénes dirigir: sencillamente, el funcionamiento administrativo no los necesitaba, no tenía lugar para ellos, ese cardumen de frepas y radichas estaba, literalmente, al pedo. Algunos de ellos, los más temerarios, ensayaban grotescos actos de autoridad, ingresando marcialmente a las oficinas “bajo su órbita”(?) al grito de “soy el prosecretario designado por el señor intendente, y vengo en su prestigioso nombre a…” y ahí nomás inventaban algún chamuyo, porque en rigor de verdad, ni siquiera sabían para qué habían sido designados, y se exponían a las divinas humillaciones de experimentados empleados, al solapado gaste de jefes de departamento y otros funcionarios de carrera que soportaban casi con ternura el amateurismo de estos “jefes”. En cambio, los más avergonzados por su cargo falso, se acercaban furtivamente al despacho de algún director y pedían a media voz si no le podían habilitar un espacio físico en la dependencia para poner, aunque sea, un escritorio, una silla y un percherito para colgar el saco o la carterita, para luego admitir la necedad de El Socialdemócrata casi a modo de disculpa. Otros llevaban la fotocopia del decreto de su nombramiento doblada en el bolsillo para mostrarla cada cinco minutos a los incrédulos, a esos empleados que desdeñaban su autoridad y se les cagaban de risa en la jeta. Faltó, tan sólo, que desfilaran por la explanada del palacio municipal con cartelitos que dijeran “Somos funcionarios, Queremos mandar”. Se cumplía así, una máxima colosal del progresismo: los caciques superaban largamente a los indios.
Trabajo notable de Luciano que se divide en dos partes (cliquear aquí), (cliquear aqui)