martes, 24 de septiembre de 2013

Inacayal

 
 
En 1884 el entonces gobernador de la Patagonia general Wintter dispuso el ataque final contra Sayhueque e Inacayal, para entonces Namuncurá, extenuado, se había rendido con 330 de sus hombres. Los caciques, reunidos en un gran parlamento, intentaron organizar una defensa desesperada. Provistos de armas de fuego fueron al combate con el compromiso de pelear hasta morir. Varios caciques se vieron obligados a rendirse.
Agotado y desmoralizado, en una situación de arrinconamiento insostenible, Sayhueque seentregó el 1 de enero de 1885 con más de 3000 hombres. Muchos indigenas murieron en combate y los restantes libraron la última batalla el 18 de octubre de 1884: aquel día, Inacayal y Foyel se enfrentaron al teniente Insay y cayeron prisioneros. Junto con sus hermanos, mujeres e hijos, ambos caciques fueron llevados, en 1886, a vivir al Museo de la Plata. El
Dr. Moreno
, fundador de la institución, intentaba de esta manera retribuirles su hospitalidad.
"Y un día, cuando el sol poniente teñía de púrpura el majestuoso propíleo de aquel edificio (...), sostenido por dos indios, apareció Inacayal allá arriba, en la escalera monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso dorado como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur; habló palabras desconocidas y, en el crepusculo, la sombra agobiada de ese viejo señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa misma noche, Inacayal moría, quizás contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol de su patria". Clemente Onelli. Fue un 24 de septiembre pero de 1888.






2 comentarios:

guido dijo...

Inacayal y Sayhueque fueron víctimas, de algún modo, de la continuidad de una política exitosa cuya persistencia terminó por transformarse en una trampa. La indiada era vandorista, el objetivo de la guerra era una paz ventajosa, con puntos establecidos para el comercio, con intercambio de cautivos, con respeto a los territorios tradicionales y con raciones entregadas periódicamente.

Las raciones que el estado entregaba permitían contener a los guerreros y fortalecer el prestigio de los jefes, contribuyendo a afianzar su poder y autoridad.

Pero a partir de los 60, más o menos, los tratados que articulaban el vínculo político del estado en formación con las tribus indígenas fueron tomando otro cariz: el vandorismo pampa de golpear para negociar fue reemplazado dejando su lugar al "entretener la paz mientras se conquista la tierra". Cada nuevo tratado implicaba un nuevo reconocimiento de tierras a los criollos y, subrepticiamente, los caciques dejaron de ser la representación de su gente ante el estado para ir convirtiéndose en la representación del estado ante su gente y aquellas raciones que los opositores en Buenos Aires denunciaban como tributo al salvaje se fueron convirtiendo en una prisión, con cargas crecientes, y en una herramienta por medio de la cual el estado fracturaba las posibilidades de alianzas entre los indios.

Hasta el momento mismo de la llegada de los expedicionarios a Las Manzanas, Inacayal y Sayhueque fueron fieles a los pactos firmados. Durante dos décadas el Gobernador de las Manzanas dió aviso de cada invasión y rechazó puntillosamente los convites a combatir al huinca. No le sirvió, como no sirvió la guerra a los salineros, ni el servicio en la frontera a los indios amigos de Catriel. El final fue el mismo para todos. Siempre es así cuando ganan los liberales, que va hacer. El indio amigo es amigo cuando es soldado, después es indio nomás.

Anónimo dijo...

Calzas o Chupines?...

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