Edipo Rey es una obra de Teatro escrita por Sófocles que narra las desventuras de un príncipe tebano, hijo de Layo y de Yocasta. Por aquel entonces Grecia era una confederación de pequeñas ciudades-estados tal como lo es hoy el conurbano bonaerense y sus jefes territoriales eran llamados pomposamente reyes. Poco antes de que Layo y Yocasta se casaran el oráculo de Delfos les advirtió de que el hijo que tuvieran llegaría a ser asesino de su padre y esposo de su madre.
El matrimonio real temeroso se propuso no tener descendencia, pero estaba predicho que la reina quedara preñada.
Layo, queriendo evitar el destino, ordenó a un súbdito que matara al recién nacido. Debido al horror que le producía la orden que le habían dado, el súbdito incumplió el mandato y lo abandonó colgado de un árbol por los pies, los cuales perforó.
Un pastor halló el bebé y lo entregó al rey Pólibio de Corintio. Mérope (Meribea), la esposa de Pólibio, se encargó de la crianza del infante, llamándolo Edipo, que significa ‘de pies hinchados’. Al joven principe se le ocultó su origen.
Al llegar a la adolescencia, Edipo, visitó el Oráculo de Delfos, que le auguró que mataría a su padre y luego desposaría a su madre. Edipo, creyendo que sus padres eran quienes lo habían criado, decidió no regresar nunca a Corintio para huir de su destino. Emprende un viaje y en el camino hacia Tebas, Edipo encuentra a Layo en una encrucijada, discuten por la preferencia de paso y lo mata sin saber que era el rey de Tebas y su propio padre.
Como premio, Edipo es nombrado rey (sus palabras al asumir fueron "estoy condenado al éxito) y se casa con la viuda de Layo, Yocasta, su verdadera madre. Tendrá con ella cuatro hijos.
Sin tanta mala leche, otros con un futuro por delante eligen sin ningún tipo de presión (más allá de su prejuiciosa malformación) complicarse la vida, advertidos por la moraleja de la fábula del trágico final que les espera buscan cometer parricidio. Parricidio, pero político, denunciando lo viejo sin advertir que lo nuevo está en construcción y ganando en experiencia. Muchos de los planteos que se hacen con esta dirección me hacen acordar a aquella frase de Luca Prodan: "no se lo que quiero, pero lo quiero ya", bonita pero en terminos políticos: harakiri total.
Nuevo progresismo para nuevos desafíos
Por una parte, la globalización ha ido más allá de lo que incluso sus promotores pensaron. Es mucho más que la transnacionalización de las finanzas. Es mucho más que la masificación de las nuevas tecnologías de información y comunicación. Ha avanzado hacia procesos políticos de profunda significación que están en plena marcha, como la consolidación de Europa o la fuerza que adquiere Asia, por mencionar un par. Hoy se plantea un desafío histórico de escala planetaria, como es el cambio climático. Hoy se crean y refuerzan problemas que sólo pueden ser abordados desde una perspectiva global, como las pandemias, las migraciones masivas y descontroladas, el crimen organizado o el terrorismo, entre otros.
Pero no sólo los temas han cambiado; también las personas. La primera generación de este entendimiento progresista comenzó a dejar el poder a principios de la actual década, con Clinton, Schroeder, Cardoso, Lagos, Person, Blair, entre otros. En algunos países asumieron gobiernos conservadores. En otros se produjo un recambio generacional: Brown, Zapatero, Clark, Rudd, Lula, Bachelet y Stoltenberg comenzaron a ocupar los espacios y generar coordinación entre sí.
Lo concreto es que diez años después de lanzada la Red Progresista, hay nuevas caras para nuevos temas. Por eso los ingleses han hablado de un nuevo-nuevo laborismo. Por eso la prensa internacional habló de un nuevo progresismo.
En esta nueva versión, el Progresismo 2.0 ya no tiene que derribar los mitos que enfrentaron los gobiernos de esta tendencia en los noventa. Bachelet lo decía en El País de España la semana pasada: "Los progresistas no tenemos que rendir credenciales de buen manejo económico a nadie". Es un hecho que bajo los gobiernos progresistas de fines de los 90 se generó un ciclo de prosperidad y dinamismo económico en diversos países.
El desafío de hoy, por tanto, no es el pragmatismo, son las convicciones. Los progresistas lograron demostrar que el buen gobierno está de su lado. Lo que ahora corresponde, más bien, es entrar de lleno en el debate valórico, en la promoción de sus creencias, en hacer cada vez más explícita su vocación social e igualitaria. Y debe hacer eso en un nuevo contexto social y económico: el que, paradójicamente, ellos mismos ayudaron a construir.
Por eso el cambio en el lenguaje y actitud. Por eso no hay complejos para asumirse de izquierda, para hablar de la equidad como objetivo central, o para decir que no sirve el crecimiento sin justicia social ni sustentabilidad.
A mediados de los noventa, el progresismo hizo bien en apropiarse políticamente de la globalización.
La gracia del movimiento progresista de los noventa es que transformó una socialdemocracia algo añeja en una fuerza convocante y capaz de ganar elecciones.
Lo importante es ponerse al día con lo que otros están debatiendo. El mundo ha cambiado y está cambiando mucho; es bueno detenerse a pensar un poco. Quien diga que tiene todo claro, o miente o se equivoca. Hay muchas cosas pasando allá afuera y es nuestro deber estar un poco más atentos a ellas
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