En esta
última etapa no lo pueden justificar convincentemente quienes constituyen su núcleo
duro de lealtad. Es que mezclar ajuste con complacencia hacia la represión, no
ya del delito que es lo que reclama buena parte de la sociedad sino, de la
protesta social resulta un huracán sobre aquel proceso de deliberada construcción de un
imaginario plagado de mitos y símbolos que el oficialismo planteó para que sean funcionales a la idea de
perpetuación de la experiencia kirchnerista, y lo fueron porque sirvieron para dotar de
coherencia lógica y sentido teleológico a una praxis zafia y por momentos
ramplona.
El gran error de la vieja oposición fue dejarse llevar hasta la trampa kirchnerista de aceptar la confrontación en clave de total. Por concebir la política machihembrada con la guerra, mas propio de la política exterior que la interior, pasaron a adjudicarle a la obra de la década ganada toda la perfidia y lo etiquetaron "desechable" para sostener sus ansias de empezar de nuevo a su manera.
Nada se sostiene si todo es malo. Sin dudas que aciertos hubo y no pocos, como este que reconoce hoy el turco Asis, y sin embargo con sentido inverso al que estamos acostumbrados a escuchar en boca de los modernos guerreros de la batalla cultural, dejando a las claras la identidad final del kirchnerismo.
A esta altura de la crónica, sobre todo al tomar consciencia que en tres días se regresa a la normalidad, debe aceptarse que Fútbol para Todos -nobleza obliga- es de lo mejor que produjo el cristinismo. Un acierto. Pero por lo contrario de aquello que vulgarmente se supone.
Porque se incluye, en el fútbol para todos, a la desplazada sociedad blanca. La que se encuentra, en la práctica, ausente. Porque considera a los estadios un ámbito casi prohibido.La sociedad blanca hoy puede mayoritariamente seguir los partidos locales por televisión. Mientras deja, a los marginales, a través del ejercicio de la violencia, el control de las canchas, de las tribunas. Para generar situaciones limitadas, en cierto modo, al exclusivo plano policial. Por la reciedumbre que impide, incluso, hasta la presencia de visitantes de otros colores.A partir de estas carencias cotidianas puede valorarse la magnitud del Mundial para la sociedad blanca. La que “no vacila en ponerla”.Se explica entonces que miles de sus exponentes inviertan para exponer la libertad admirable de pintarrajearse. De ponerse la casaca argentina o envolverse en una bandera.De trasladarse hacia Río de Janeiro o a San Pablo, como dentro de cuatro años hacia Moscú o San Petersburgo. A los efectos de tararear el himno, para recuperar gloriosamente el fútbol que nunca (la sociedad blanca) debió haber perdido.
Ampliaremos... pero antes le alcanzamos la predicción de Shaheen
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