Hace unas semanas Betty Sarlo le dedicó unas lineas a Hernández Arregui en el diario La Nación.
Gerardo Fernández escribe y ametralla a "la" Sarlo en un (imperdible de leer) postNo es la primera vez en la historia de los últimos setenta años que intelectuales peronistas juzgan quién es verdaderamente de izquierda y quién es de derecha en la Argentina.
Pero la condena de los intelectuales por cosmopolitas e incapaces de comprender la fuerza transformadora del pueblo realmente existente también es ejercida por quienes llegaron al nacionalismo desde el marxismo o el trotskismo.En 1960, Juan José Hernández Arregui publicó un libro denso y muy citado en los años que siguieron, La formación de la conciencia nacional . El título designaba el proceso secular durante el cual las masas criollas fueron expropiadas por la oligarquía terrateniente, el imperialismo británico y los hijos de la inmigración que despreciaban la cultura y el territorio donde habían prosperado. Sólo la llegada del peronismo, en 1945, habría permitido que una conciencia nacional en ciernes comenzara su largo camino aunque atada a los límites que el mismo Perón impuso a su movimiento.
Hernández Arregui es severo con la pequeña burguesía intelectual que, en su opinión, nunca entendió a la clase obrera ni tocó el basalto criollo de la Argentina profunda. Más culpable que Perón mismo, por lo tanto, en las inconsistencias del peronismo que quedó encerrado, por defección y dogmatismo de los intelectuales, dentro de las posibilidades ideológicas del líder.
Tarde o temprano muchos intelectuales están condenados a dar lástima, como Beatríz Sarlo, que entra al debate de la ley de SCA a desgano, tarde y con nociones precarias de lo que está en danza.
Es tristísimo ver cómo personalidades que escribieron ríos de tinta pensando las diversas formas de transformar la sociedad acaban miserablemente defendiendo al fin y al cabo su quintita.
Es que es así y no hay que darle más vueltas. Hay figurones que terminan viviendo de un prestigio cosechado en el pasado y usufructúan los intereses de ese respeto que se han ganado en buena parte de la sociedad, confundiendo arteramente al lector, porque no avisan ni aclaran que hoy ya no piensan como antes o que lisa y llanamente se han rendido.Ya no queda nada de esa polémica pensadora que transgredía en cada renglón. Lo que hay ahí es una señora que defiende un estado de cosas en el que le va bien.
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