El efecto Massa

Sergio Massa alcanza en su distrito el 73% de los votos, es el jefe comunal con el porcentaje más alto de votos de la provincia y se comprueba con ello que el massismo es otro de los movimientos internos que excede al peronismo. Agradece a los vecinos que lo votaron y a las fuerzas que lo acompañan (socialismo, sectores radicales y vecinalistas) sin los cuales es imposible alcanzar esa cifra.

Pero no es la elección en su distrito por si sola la que lo proyecta, sino el hecho de que otros compañeros logran, al caminar en campaña a su lado,  resultados que sin ese espaldarazo no se habrían dado (Andreotti en San Fernando, Katopodis en San Martín y Selva en Mercedes son ejemplos victoriosos). 

Y quizás pudo asomar la cabeza en medio del "huracán Cristina" por que su posicionamiento como aliado estratégico de Casa Rosada (y no como verticalizado de esta) es inteligente y despierta simpatías en el electorado bonaerense allende los límites de su municipio.

Al respecto arriesga "Urgente 24"

Sergio Massa retomará en breve su anhelo de gobernador bonaerense. Es cierto que en un diálogo con Jaime Durán Barba, éste fundamentó los reparos que le merecen los vínculos entre la Gobernación y la Casa Rosada, pero también es cierto lo que dice Massa: es bien diferente un gobernador sin estructura de poder territorial que un gobernador con estructura de poder territorial.

Carlos Ruckauf o Daniel Scioli o el propio Felipe Solá carecieron de estructura de poder territorial propio. Ninguno de ellos fue alcalde, 2 de ellos provenían de Ciudad de Buenos Aires y los 3 llegaron por el mandato de terceros (Ruckauf por Duhalde, Scioli por Kirchner y Solá una vez por Duhalde y otra por Kirchner).

En cambio Massa trabaja en el poder territorial propio. 

¿Que eso de carecer o tener estructura territorial propia?

Algo de esto nos aclaraba  sucintamente María Matilde Ollier, en una nota en la que habla de la tensión Buenos aires provincia autónoma o dependiente del Gobierno Nacional, que me parece resulta de lectura obligada (es cortita) como para introducirnos en el asunto y ponernos a pensar al respecto

Cada vez que nuestro país enfrenta un año electoral, asoma en el horizonte la gran incógnita que se vuelve imperioso develar tanto a oficialistas como a opositores: cuál será el resultado de la contienda en aquel distrito donde se libra la madre de todas las batallas, la provincia de Buenos Aires.
Como de la respuesta a este interrogante depende, en buena medida, la suerte electoral de las distintas fuerzas políticas, las diferentes campañas ponen siempre especial cuidado en la estrategia a llevar a cabo en la región bonaerense. Para cualquier gobierno nacional contar, a su favor, con la provincia es vital para navegar océanos calmos o tempestuosos.
Hasta aquí es historia conocida.
La obviedad arriba señalada oculta una curiosa situación por la cual atraviesa Buenos Aires. Desde la revolución de Mayo hasta la conformación del estado-nación, en 1880, la provincia ensayó distintas formas de hegemonía sobre el conjunto del territorio.
Decapitada en esa fecha, cuando se le arrancó por la fuerza su ciudad para volverla capital de la República, inició una larga etapa de subordinación, donde alguna que otra escaramuza no le impidió caminar hacia lo que pareció su destino irreversible.
La provincia pasó a convertirse en la amenaza que el poder central creyó siempre imprescindible someter . Se dibujó entonces en el escenario nacional una de las paradojas centrales de la política argentina: el distrito de mayor peso electoral, económico, institucional y político del país es, al mismo tiempo, una tierra doblegada, es decir, carente de autonomía política.
El temor a la posible imposición de Buenos Aires sobre la escena federal condujo a los gobiernos nacionales a intervenir en ella, por los medios que fuesen necesarios . Esta afirmación se asienta en dos pilares. Por un lado en la provincia se consagran, como dirigentes, figuras que han surgido del ámbito nacional.
Esto explica que, dejando de lado las particularidades que acarreó la transición encabezada por Raúl Alfonsín, todos sus gobernadores, más allá de su pertenencia provincial, fueron primero figuras de la política nacional ; tal los casos de Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf (los dos últimos ocuparon antes la vicepresidencia de la nación), Felipe Solá y Daniel Scioli. El mismo argumento vale para la oposición cuando jugó su mejor carta, Graciela Fernández Meijide, en su disputa con el poder provincial. A diferencia de lo que ocurre en otras provincias, estas candidaturas no resultan de las luchas políticas sucedidas en su interior. Por el contrario, se resuelven en los ámbitos del poder central .
Tal vez un correlato de la forma que Buenos Aires se ha visto maniatada al poder central se encuentra en la dificultad de apelar a una identidad bonaerense.
Junto a la pertenencia a la Argentina, la fuerza de lo local deviene crucial para la identificación de sus habitantes, quienes se sienten tandilenses o matanceros antes que bonaerenses.
Esta descompensación de la política en nuestro país le está costando muy cara a su democracia, pues la imposibilidad de que Buenos Aires alcance su propia fórmula política constituye, sin duda, uno de sus problemas centrales. La alternativa de lograr su autonomía política no parece asomar en ningún horizonte previsible.

 Completo aquí

Massa apuesta a consolidar poder bonaerense sin confrontar con Casa Rosada, quiere a su turno, una relación de coordinación y no de sujeción con el gobierno federal, su figura carismática puede llegar a ser la solución al dilema bonaerense. Es una esperanza y ese debiera ser el nombre de su fuerza "Frente de la Esperanza Bonaerense",  ¿no suena mal, no?.